jueves, 29 de octubre de 2009

Los grupos de Florida y Boedo

Los grupos de Florida y Boedo: Lo estético y lo social.
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Existió en Buenos Aires, entre los años 1920 y 1930, dos grupos literarios que motivaron más leyendas que vanguardias: los de Florida y los de Boedo.
Si bien no marcaron dos actitudes estéticas bien definidas y concretamente asumidas, pasaron a la historia de la literatura nacional como dos vertientes opuestas, nacidas del Martinfierrismo.
Ambos grupos contaban con sus respectivas publicaciones: el grupo de Florida -llamado así por estar ubicada su redacción sobre la calle Florida, céntrica, aristocrática y europeizante- contaba, entre otras publicaciones, con la revista Proa, y el grupo de Boedo -su redacción ubicada en la calle alejada, proletaria y tanguera del mismo nombre- estaba representado por las revistas Los Pensadores y Claridad.
No obstante, no intentaron cimentar sus diferencias solamente colaborando con distintas publicaciones sino también marcando su intencionalidad frente a la producción literaria. Los de Florida, dirigiendo su preocupación hacia una nueva vanguardia estética, sin ingredientes ideológicos. Los de Boedo, inclinando su interés a una literatura que refleje los problemas sociales, inspirados en el mundo del trabajo y la ciudad.
El arte puro confrontado con el arte comprometido.
El grupo de Florida era conformado, entre otros, por los escritores Conrado Nalé Roxlo, Horacio Rega Molina, Oliverio Girondo, Ricardo Molinari, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez, Raúl Gonzalez Tuñón, Eduardo González Lanuza, Norah Lange y, a la cabeza, Ricardo Güiraldes.
El grupo de Boedo lo integraban, entre otros, los escritores Álvaro Yunque, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo, César Tiempo y Roberto Mariani. Durante mucho tiempo se trató de vincular a este grupo, como su figura más importante, a Roberto Arlt. Lo cierto es que él nunca se identificó plenamente con ninguno de los dos lados. Si bien poseía una mayor afinidad estética e ideológica en su obra con los de Boedo, es verdad que Castelnuovo le rechazó la publicación de su primera novela "El Juguete Rabioso", pudiéndola publicar gracias a la atención y generosidad de Ricardo Güiraldes, puntal de los de Florida.
Jorge Luis Borges


Roberto Arlt

Un caso similar se dio con Raúl Gonzalez Tuñón, quien formaba parte del grupo de Florida, sin embargo la temática social de su poesía, así como su ideología revolucionaria, lo relaciona estrechamente con los bodeistas. Por otro lado, Nicolás Olivari, habiendo sido uno de los fundadores del grupo de Boedo, es uno de los primeros en abandonarlo para pasarse al de Florida. Así, con el correr del tiempo, ambos grupos se fusionan. Algunos integrantes de Florida manifiestan preocupaciones por los problemas sociales y algunos de Boedo, como Olivari, se interesan por las nuevas técnicas literarias
Jorge Luis Borges afirmó, en 1927, que "demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes", pero al año siguiente publica un artículo en el diario "La Prensa" titulado "La inútil discusión de Boedo y Florida". Más allá de sus conclusiones, parece aceptar, en su nota, la existencia de los dos grupos y su polémica.
Los antagonismos sirvieron para subrayar el porteñismo de nuestra cultura urbana.
En 1930, Elías Castelnuovo declaró: "tanto Boedo como Florida sirvieron de pretexto para iniciar una discusión que por entonces era necesaria. Muerta la discusión, ambos grupos pasaron a la historia".
Leónidas Barletta afirmó que los dos grupos desaparecen definitivamente cuando encuentran un enemigo en común en la dictadura militar del 6 de septiembre de 1930, dictadura que silencia la democracia y la cultura nacional.
Críticos e historiadores de la literatura no se mostraron poco sorprendidos ante la dependencia mutua y la constante necesidad de "tenerse en cuenta" de ambos grupos.
Lo cierto es que, más allá del terreno literario, los grupos de Florida y Boedo se anticiparon a una antinomia social y cultural que zanjará nuestra historia del siglo XX.

Llega a nosotros con una presencia legendaria, casi patriarcal, en donde abrevaron muchos de los grandes nombres que alimentaron nuestra literatura del siglo XX. Si no fuera por sus libros, hoy podríamos decir que fue un invento de aquellos, por entonces, jóvenes, creadores de personajes notables. Mezcla de filosofía y humor, magisterio y dialéctica de café, Macedonio ya es una mención cotidiana al referirnos a las letras nacionales.

Llevándole tres años a José Ingenieros y siendo coetáneo de su amigo Leopoldo Lugones, Macedonio crece en el entusiasmo de un panorama literario modernista sin inmiscuirse en él.

Nació el 1° de junio de 1874 en la ciudad de Buenos Aires, de padres también argentinos. Tuvo entre sus amigos cercanos a Don Jorge Borges, padre de Jorge Luis, con quien compartió charlas que pasaban por la psicología y la filosofía, en especial por Schopenhauer. Publica en el periódico “El Progreso” notas costumbristas y en el diario “El Tiempo” artículos orientados en la dirección de sus lecturas sobre física atómica y ciencia política. Se gradúa como doctor en Jurisprudencia y, para saltar por los protocolos de graduación, pide un certificado de pobreza ante el desagrado familiar. Será el único en la nómina de graduados registrado sin domicilio y como nunca aparecerá en los banquetes de graduados en el Jockey Club se lo dará por muerto, poniendo una cruz junto a su nombre durante años hasta que en 1928 llegan noticias de que Macedonio aún vive. Con un grupo, vestido de jaqué, decide fundar una colonia anarquista en el corazón de la selva paraguaya, pero al tiempo deciden regresar. Se casa con Elena de Obieta en 1901, y tienen cuatro hijos.

Dos poemas se relacionan con sus primeras experiencias poéticas: “La tarde” y “Suave encantamiento”, ambos publicados en la revista Martín Fierro. Dirá en una carta: “Pienso siempre y quiero pensar; quiero saber de una vez si la realidad que nos rodea tiene una llave de explicación o es total y definitivamente impenetrable”. Frecuenta variados encuentros con su hermano Adolfo, Juan B. Justo, José Ingenieros, Mario Bravo, Leopoldo Lugones, Julio Molina y Vedia, Jorge Borges, etc. Conoce a Horacio Quiroga en Misiones, cuando ocupa un cargo en el Juzgado Letrado de Posadas.

Cuando muere su esposa, Macedonio escribe “Elena Bellamuerte”, poema presuntamente extraviado durante años hasta que la revista “Sur” lo publica en 1941. Su familia se desintegra y comienza a trasladarse por residencias transitorias por pensiones y hoteles de Buenos Aires, quintas de amigos, o casa de campo. Cuando Jorge Luis Borges regresa de Europa en 1921, se vincula a los poetas del ultraísmo. Se reincorpora a la vida literaria porteña al colaborar con las revistas “Proa” y “Martín Fierro”.

Comienza la redacción de dos de sus obras más destacadas: “Museo de la novela de la Eterna” y “Adriana Buenos Aires”. Se promueve un proyecto político y humorístico para lanzarlo a la candidatura presidencial agregándole la escritura colectiva de la novela fantástica “El hombre que será presidente”, en la que Borges advertía una gran influencia de “El Hombre que fue Jueves” de Chesterton. Sus amigos Raúl Scalabrini Ortiz, Francisco Luis Bernárdez y Leopoldo Marechal lo convencen para publicar su primer libro “No todo es vigilia la de los ojos abiertos”. Se editará en 1928.

El propio Scalabrini Ortiz lo menciona como el primer metafísico argentino, y lo compara con Berkeley, Schelling y Schopenhauer. Miguel Angel Virasoro comienza a hablar de una cierta “pasión macedoniana” en su metafísica. En el libro aparece el ensueño como un modelo de conocimiento y un paso hacia la mística. Es un trabajo de treinta años de pensamiento que llega a asombrar al filósofo William James.

En 1929 publica “Papeles de Recienvenido” y el ensayo “Teoría de la novela”. Macedonio demuestra que la escritura y la meditación van de la mano en él. Luis Alberto Sánchez, en el prólogo de “Una novela que comienza”, dirá: “Nadie ha podido arrancarle voluntariamente un libro, salvo esto que aquí sale, y el primero: “No todo es vigilia...”. Tiene, repito, originales para cuatro o cinco volúmenes. Los libros los deshace y rehace, no por exquisitez de estilo, sino porque se le ocurren sugerencias, tópicos, novedades, y las ensambla”.

En su obra “Teoría del arte” señala la falta de importancia del compás en la música como la medida del verso en poesía.

Pensador poco, Dionisio Buonapace, Malhumorado Inteligente fueron algunos de sus seudónimos para colaborar en la revista, que dirigían sus hijos, “Papeles de Buenos Aires”.

Pasa sus últimos años en un departamento de la calle Las Heras, frente al Jardín Botánico. Lo visitan amigos de la talla de Ramón Gómez de la Serna, Luisa Sofovich y Juan Ramón Jimenez.

En 1968, Francisco Luis Bernárdez contó: “Borges nos hablaba siempre de un escritor muy original, una especie de ermitaño que vivía retirado en pensiones. No sé qué habría de cierto, decían que vivía con noventa pesos. Noventa pesos no eran los de hoy, claro, pero en esa época los sueldos mínimos eran de 160 pesos, de manera que noventa pesos eran poquísimos”.

El 10 de febrero de 1952, las últimas palabras de Macedonio fueron a su hijo Jorge, diciendo: “Cuánto le lleva a la materia transformarse”. Despedido en la Recoleta por familiares y amigos, Jorge Luis Borges y Enrique Fernández Latour expresan sus emociones, que serán luego publicadas en la revista “Sur”, en sus números 209-210.
“...comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa...”, diría Borges.

Macedonio, una mezcla de sabiduría en busca de lo profundo y un andar cotidiano en la simpleza de las cosas, se proponía, en lo literario, poder quebrar la sucesión del lenguaje a cambio de la inmediatez del pensamiento. Convertir la escritura, desde su naturaleza sucesiva, en un resultado simultáneo. Un escritor que jamás separó su escritura de su teoría. Un alma que inspiró a generaciones de literatos que poblaron con sus letras nuestra riqueza cultural. Un interrogante literario que jamás demostrará por completo la respuesta a su enigma.
Hijo menor de cinco hermanos, nacido de una familia patricia y acomodada, Oliverio Girondo comenzaría su existencia un 17 de agosto de 1891 en una casona señorial de una manzana demolida para dar paso a la inmensa avenida 9 de Julio, pleno centro de Buenos Aires.

Amante de los viajes y las letras, guardaba entre sus más fraternales recuerdos de su infancia el haber visto a Oscar Wilde en persona paseándose por París con un girasol en el ojal.

Sus padres lo presionan para que siga adelante su carrera de derecho. Él acepta a cambio de que lo envíen una vez al año a visitar Europa. Conocerá entonces Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, España, Bélgica, Egipto y Marruecos.

En 1911 funda con un grupo de amigos el periódico artístico-literario “Comedia”. En 1915 se estrena su obra teatral La madrastra en el teatro Apolo de Buenos Aires, escrita en colaboración con René Zapata Quesada. Una segunda pieza La comedia de todos los días, también de ellos, no llegará a estrenarse cuando el primer actor se niega a decir “estúpidos, como todos ustedes” de cara al público. Girondo comienza, por entonces, a concurrir a las reuniones de José Ingenieros.

En 1922 publica por su cuenta, ilustrada por él mismo, la primera edición de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. En 1925 se reeditará bajo las ediciones de la legendaria revista Martín Fierro. En dicha revista llegó a participar en la dirección, siendo responsable del famoso “Manifiesto” que los martinfierristas publicaron en el número 4 del 15 de mayo de 1924 y que significa el paradigma vanguardista del movimiento. Ya lo consideran sus pares como el poeta más avanzado entre los martinfierristas.

Veinte poemas para ser leídos en el tranvía desborda de una visión de mundo de lo más particular, desde su forma y su clima. Aire grotesco en poema en prosa, desaliñado y sarcástico, con algo de humor negro, irreverente y hasta escandaloso marcará el estilo de sus letras posteriores. Se anticipa a los existencialistas y a la literatura del absurdo, haciendo entrever algo irrisorio, sin dejar de ser angustiante, en toda la realidad. El lenguaje como creación, percepción y elaboración de angustias, la incierta presencia de la nada, el humor negro como protección y también como venganza al mundo. Estos elementos son también desplegados en sus obras como Calcomanías, y llegan a su punto culminante en Espantapájaros.

Beatriz de Nóbile afirmó: “Oliverio Girondo imprimió a sus tres primeros libros de poemas una perspectiva de tal manera deformante que pareciera mirarlo todo como a través de una lupa, de una lente de altísima gradación, que le permite enfocar su interés hacia aquellas realidades encubiertas silenciosamente detrás de la realidad empírica, para poner en evidencia lo invisible, aquello que normalmente no se ve, pero que el hombre percibe como inescrutable y en constante acecho. Esto se constituye en principio y en fin de su denodado y acuciante esfuerzo por captar esa realidad que se esconde tácitamente detrás de cada ser y cada cosa que deambula por el universo del poeta”.

En la obra de Oliverio Girondo, luego de la publicación de Espantapájaros, se abre una suerte de paréntesis que, aunque no plenamente silencioso, se concreta como una intensa maduración interior para el gran paso que daría después, en su segunda etapa, la que va a dar como resultado En la masmédula.

Aparentemente preocupado en otras cosas, su espíritu iba entrando, poco a poco, en ebullición. Su esposa, Norah Lange, dijo “él nunca conoció el hastío”. Su relación con la pintura se afianza. En 1950 comienza a pintar con una vena surrealista cuadros que nunca quiso exponer.

Pero en 1937, con el sello de Sur, un libro algo insólito en su producción: Interlunio. Una prosa poética que continúa la indagación existencial del poeta, con un aire trágicamente existencial logra anticiparse a La Náusea de Sartre, publicado un año después, y también a El ser y la nada de 1945. En 1946, la publicación de Campo nuestro no logra nada novedoso a su evolución en la poesía sin llegar a ser un traspié, con menor efectividad que Persuasión de los días, ya publicado en 1942 por Editorial Losada, siendo éste una anticipación más clara de lo que vendría.

Editorial Losada editará en 1954, en una edición restringida de ciento noventa y cinco ejemplares numerados, la primera edición de En la masmédula. Este libro le dará la propia voz al gran poeta que había en Girondo, pues él no dejará de trabajarlo en cada nueva edición donde aparezca. Se trata de una obra densa, honda, cargada de sentidos, donde el lenguaje no bulle por sí mismo ni cae en las deformaciones de la vanguardia, sino que vuelve a sus orígenes, a su fuente de lengua viva, y se vuelve habla, para transformarse en un ser que lo canta. Es un lenguaje vivo que habla de nosotros. Un verdadero hito y un desafío para la vida cultural y artística de las letras de Buenos Aires.

En 1961, un penoso accidente lo disminuye durante los últimos años de su vida.
Oliverio Girondo muere en Buenos Aires el 24 de enero de 1967, dejando una huella imborrable, en presencia y obra, en la literatura argentina y latinoamericana.

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